11/2/10

28 de noviembre de 1999

Cuando tengas dinero regálame un anillo
Cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca
Cuando no sepas qué hacer vente conmigo
Pero no digas después que no sabes lo que haces


---ÁNGEL GONZÁLEZ



Y SIN EMBARGO, me gustaría deambular por las calles de todas las ciudades del mundo con vos a mi lado, y en silencio admirar las petunias iridiscentes en parques helados y en las aceras desconocidas de avenidas interminables; o poner a los policías a posar para nuestras fotos como payasos de uniforme y fotografiar palacios prohibidos; o meternos en mares australes a temperaturas bajo cero y visitar casas de personajes famosos e incluso sitios donde digan que haya habitado el mismo diablo; o visitar zoológicos y acuarios y subirnos en teleféricos y hacer gozosamente todas esas cosas que hacen los niños.

Juntar las manos esmorecidas y no saber dónde estamos ni por qué.

Detenernos en una esquina cualquiera y mirarnos largamente a los ojos y decidir espontáneamente si seguimos a la derecha o a la izquierda, o si aprovechamos la indecisión para darnos un beso fugaz y porque sí.

Prodigar horas en elegir un lugarcillo cualquiera.

Me gustaría amanecer a tu lado sin saber claramente cómo llegamos hasta allí, ni qué hemos venido haciendo ni qué haremos en el día; y no tener desayuno y tener que improvisar el desayuno; y pasar los dedos entre tu pelo liso y sonreír como si en realidad afuera no hubiera nada, ni ciudad desconocida ni conocida, ni nadie, ni tiempo siquiera, ese rey ingrato; y vivir así, de aquí allá, sin más premura que volver a los roces gratuitos y las noches largas en lugares que nos asusten.

Y no decir nada, solo acercarme más a tu cuerpo cuando me despierte antes de tiempo y sienta frío; y esperar a que despertés, mirándote, esperando quizá un gemido y tus brazos apretándome sin estar aún consciente.

Verte inédita, amarte todos los días sin conocerte, volver a empezar con el desayuno improvisado, con el mundo entero abierto tras nuestras puertas casi siempre cerradas. Y me gustaría que mi soledad y la tuya fueran nuestra soledad, soledad al fin, irremediablemente, un susurro siempre en duermevela, ante ese cielo que calla sin nunca explicarnos nada.

Y me gustaría verte a veces arrebatada, perdida en mi mirada y en el aliento tibio que nos salvaría del frío de las calles. Quedarnos dentro, decidir de pronto no salir este día, quedarnos haciendo nada, porque a veces esa nada es la saciedad misma para quienes se aman así, sin prisa ni destino, con el único afán de no perder el instante, el deslizamiento por los días y las avenidas y los parques como si todos fueran infinitos.

Y me gustaría que después de besarme desearas otra vez mis labios, y que sostuvieras mis manos cuando estuvieran temblorosas de tanto sostenerte; y que desearas mis preguntas tanto como mis respuestas.

Que nuestros cuerpos fueran juntos como los labios de un niño sonriendo embelesado ante lo prohibido: una conciencia lúcida y terrible, una inocencia a punto de depravarse. Toda la piel, las vísceras y las miradas y deseos reunidos en un solo impulso de ternura y de rabia: olvidar el mundo, olvidar que nos pide que nos separemos, que pensemos demasiado y que trabajemos demasiado y que comencemos lentamente a odiarnos; olvidarnos de eso, poder olvidarnos y vivir así, desasosegados en nuestra calma, como protestando en silencio contra esa manía tan demasiado humana de romper las cosas, de avanzar destruyendo; olvidarnos de todo eso y simplemente ser un par de tórtolos que acostumbren besarse y no pensar por separado.

Y me gustaría, también, ser viejo y que vos fueras vieja y poder entonces mirarnos como viejos amigos tras el ventarrón que habríamos dejado atrás; y romperle la cara a la muerte, cuando llegue, diciéndole cada uno: es cierto, muero solo, me llevás solo, pero no viví solo; y entonces morir en paz, como en el poema de Nervo: tras haber amado y tras haber recibido en el rostro las indescriptibles caricias del sol... ese mismo sol que conocimos en cueros cuando apenas empezábamos a ser esos que soñábamos con todo lo que nos gustaría, todo esto, todo esto que no tenemos.

La vida tiene las reglas que queramos darle.

¿Por qué conformarnos con algo corriente, con eso que todos tienen? A mí ya no me importa lo que el mundo entero pueda decir de mí. Soy sordo y solo me interesa lo que pueda salir de tus labios o, si no, abrir tus labios con un beso, es decir cerrarlos.

Estoy aquí, ya lo ves, y me gustaría finalmente que estuvieras conmigo, para poder callarme de una buena vez.

Estos son mis fragmentos, algunos, y también mis fragmentos te llaman y te quieren.

Me gustaría, en fin, que te olvidaras de todo y que nos encontráramos por allí, como sin querer, desmemoriados y vírgenes, ansiosos y tontos, sin dinero o con dinero pero con la esquina de nuestras bocas, y sabiendo que no sabemos lo que hacemos y que no nos importe; es decir, tan sabiamente tontos como para querer empezar de nuevo a hacer juntos todo eso que nos gustaría.

[3:08 p.m.]

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