25/7/09

04 de abril de 1999

ÉRASE UNA VEZ UN OASIS DE PIEDRA ENCLAVADO EN MEDIO DE UN DESIERTO.

Desde el aire, las aves que han perdido el rumbo encuentran en ese punto ceniciento su único descanso; en medio del abismo de arena hirviente que las ahogaría, un apoyo gris para recuperar la fuerza que les permitirá seguir su vuelo y encontrar la ruta hacia su hogar. Ese oasis de piedra es un paréntesis.

Pero la piedra vive una paradoja: su dureza solo es aparente, y en ella hay más vida que en todo el desierto. Intuyéndolo, pero sin la paciencia ni los instintos necesarios para hacerlo, las aves siempre caen en la tentación de quedarse con la piedra para siempre; pero no pueden contrarrestar el ímpetu de sus alas y siempre se van.

A veces la piedra llora o suda para que las aves tengan algo para beber, y eso las pone en camino.

La piedra se desgasta lentamente. Se erosiona con su propia exudación y sabe que un día ya no quedará nada de ella y se convertirá en arena y se confundirá con ese desierto que la ha albergado sin pedirle más que permanencia. Y la permanencia es el compromiso más duro, aunque justo, para una piedra.

La piedra les da reposo a las aves y las escucha sin reprocharles ni exigirles nada. La ternura categórica de la piedra salva a las aves; en ella encuentran sosiego y en su pétreo silencio –la piedra nunca responde– dejan de oír el barullo de los mundos que las asfixian y luego vuelven al aire agradecidas.

Pero la piedra solo finge indiferencia; tal es su destino: vivir cubierta por una apariencia de piedra y solo ser una estancia de paso. La piedra suda, llora o exuda, y merma y agoniza mansamente, tanto que ni ella misma lo nota.

Es que las piedras no pueden volar –ella lo ha intuido a lo largo de milenios–, pero al menos pueden alentar el vuelo ajeno.

Y así la piedra también conoce la alegría, una alegría hecha a su medida de piedra: cuando ve el cielo llenarse de aves coloridas que lo adornan con sus gráciles y leves figuras y sus siluetas marcan el aire con giros que parecen letras y lo pueblan de historias invisibles que la piedra ha aprendido a leer...

Hoy, solo las aves pueden mitigar la tristeza del cielo y de las piedras; y quisieran incluso poder curar su dolor mineral; pero saben que sin ellas su vuelo sería imposible o suicida: no tendrían dónde descansar en sus larguísimos y agitados vuelos y se hundirían para siempre en las arenas hirvientes de los desiertos.

O quizá la piedra fue un ave que olvidó cómo volar, o que olvidó haberlo sido. Porque también hay quien cree que algunas aves, las más hermosas y sabias, tan raras que solo hay una o dos por generación, fueron piedras que supieron crecer alas pero olvidaron cómo o no lo saben enseñar.

[11:58 a.m.]

_ _ _

No hay comentarios: