17/7/09

2 de noviembre de 1999

AMANECE.

El sol se yergue como un glande. Es colosal y competente y dorado.

Un amigo me dice muy líricamente que fue una eyaculación del sol sobre el mar lo que engendró la luna y la noche y todas las estrellas. Yo replico que bien puede ser al revés, que tal vez la noche era un gran vientre oscuro, la matriz sin origen de donde nacía todo, incluido el mismísimo rey sol.

¿No es más probable que de la oscuridad provenga la luz, que de la luz la oscuridad?

Por supuesto –matizo– la noche y el día no están en realidad separados y el universo es una infinitud andrógina. O quizá ni siquiera andrógina porque no tendría razón para restringir sus opciones a dos... Nuestra manía de hacer dicotomías donde no las hay... Hace falta un planeta para que haya día y noche, algo que gire, y una estrella...

¿Y si viviéramos en un viaje perpetuo por las extensiones inexploradas del universo?

Quizá en otras regiones del universo hay algo más que noche y día, un entredós o tres o cuatro o un sinnúmero de momentos distintos sin repetición, han de haber tantas cosas inimaginables...

Nosotros, específicamente, nos hemos acostumbrado a pensar hacia el fin, como si estuviera escrito que todo tenga que acabar definitivamente... ¿Y si lo verdaderamente real es el eterno retorno de lo diferente? Repeticiones, sí, pero cada una divergente... Es igualmente posible que todo pueda recomenzar una y otra vez y que el tiempo y la vida sean ruedas sin comienzo ni final, o que el comienzo y el final sean nada más otros dos términos terminantes, como la guerra y la paz, como la creación y la destrucción, dos abstracciones humanas, como lo humano y lo no humano, o el hombre y la mujer.

¿Cuántas ilusiones o consuelos necesitamos para sobrevivir?

Anochece.

El sol cae sobre el mar, eyaculado y deshecho. Lo imagino harto de alumbrar en su centrípeta soledad.

[11:46 a.m.]

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