3/2/08

14 de marzo de 1999

AQUÍ NO DEBE HABER NADA EN QUÉ CREER, nada que pueda servir de salvación, refugio o excusa para nadie. Esta es mi propia fantasía, y lo es porque solo soy yo quien aquí se desvanece. Estos textos serán mi desaparición, yo los escribo, yo los padezco, son mis heridas las que se ventilan, aquí soy yo y solo yo quien ya no quiere estar. Aquí soy solo yo quien agoniza. Esta es mi fuga, mi olvido, mi silencio, y que nadie pretenda robármelos. El que quiera que construya su propia treta, su propio desvelo; pero si lo hace que lo haga con su dolor y con su agonía, con las cuitas y hazañas de su cuerpo y no con las mías… ¡Mi más fundamental propósito es saturarme de mí para explotar en mil esquirlas que no sean propiedad de nadie!

¿Trivialidades? Cualquier autor se pierde en su texto y cada lector se encuentra en un texto ajeno. Todos los intentos de pureza son en última instancia vanos. El texto de uno siempre es de otro, el de otro siempre puede ser de uno. Esa, de hecho, es la condición de existencia de todo texto: aislado, cerrado, individual, no sería texto. Y no puede ser de otra manera, aun si solo ahora estamos en capacidad de asumirlo. Decir que los textos no son de nadie es decir que son de todos. Si aquí, por ejemplo, no hay nadie, es porque estamos todos, aunque indefinidos: aquí somos juntos sin identidad… Esto es una especie de nube afectiva... ¿El texto se parece a la justicia?

O bien: para los seres humanos el texto es lo común o invariable en nuestras experiencias: la velocidad de la luz de nuestras relaciones.

[9:07 a.m.]

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