3/12/07

05 de febrero de 1999

EN AQUELLA ÉPOCA, tanto me inclinaba a la especulación, al embrollo, como al enciclopedismo psicológico y los totalitarismos afectivos.

Para los seres humanos, la historia en general no podría ser objeto de una narración. La historia es una atmósfera, una relación afectiva, como la de un niño con su hogar, incomprensible en sus límites y condiciones y certezas…

Aún creo que, en buena medida, la historia del ser humano es la relación afectiva, infantil, con Dios o alguna “verdad”, o con el sentido de la historia misma. La historia es la historia del deseo de posesión de la historia.

Y, sin embargo, al mismo tiempo es la historia de un paulatino desengaño, pues no hemos sido dueños de nada, ni siquiera de nosotros mismos. La historia es también la historia del descentramiento del ser humano.

Inventar otro lenguaje siempre entraña inventar otra realidad. Habría que intentar contar, por ejemplo, los marcos de la historia y no la historia misma... Es decir, si fuéramos a colgar la historia de una pared, ¿cómo sería el marco que la rodearía, que la distinguiría y la separaría del resto de la pared, de ese fondo en el que, suponemos, todo acontece?

[7:14 a.m.]

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