24/5/08

26 de agosto de 1999

CADA PÁGINA ME ALEJA MÁS DEL SABER, me cubre de incertidumbre. Cada mirada que ha pretendido ser de amor me ha perdido más dentro de estos miasmas que me rodean y parecen incluso exudar de este papel y de todos los papeles que leo o que tan solo caen en mis manos.

Hoy resumo así la vida: papeles y miradas, algunas palabras y algunos gestos, promesas, rostros escritos, sonrisas infinitamente interpretables, espirales y más espirales en un juego que sabemos juego aunque no conozcamos sus reglas.

Y todos los días el resultado debe repetirse y, a la vez, ser otro. El extremo de mi dolor no parece ofrecer una salida posible de este juego (Pavese: “del fondo del dolor se puede emerger de un salto”). ¿Pero cuándo? ¿Cómo diablos se reconoce el “fondo”?

Cada día debo empezar en cualquier parte, creyendo que si logro derivar las reglas lógicas del camino podré arribar finalmente en el punto de partida, cerrando el círculo, acabando la repetición de lo mismo en su origen perfecto, único, en su regazo, en el abrigo de su mirada cuando alguna vez me dijo que me quería y le creí como si fuera Dios mismo dándome a probar del árbol de la vida: dándome la verdad que me salvaría para siempre.

Esta es mi condena, este es mi sueño, aquí me hundo en la nada. ¡Como si estuviera condenado a ser un niño para siempre!

¿Pero cómo dar con nuevas palabras, o historias verdaderamente nuevas? O con rostros más que nuevos imprevistos, inimaginables, cómo encontrar a la vuelta de una esquina o de una página una verdadera sorpresa, una mirada realmente única, innovadora, una mano, un gesto definitivo, el abrazo que deshiciera toda la historia y mostrara finalmente un principio nuevo que pudiéramos desear. Esto es lo único que debemos inventar.

Estoy harto.

Saldré a caminar, es allí afuera donde están todas las miradas, las esquinas enigmáticas y acaso también las páginas más reales y vacías.

[10:17 a.m.]

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