30/8/08

11 de noviembre de 1999

UN SALÓN AMPLIO, desocupado y en penumbra. Entre sus paredes, reprimido, se contiene un desierto de ecos...

Lo cursi, ¿acaso es simplemente decir “te amo”? Tal vez decirlo solo como formalismo: una línea en un guión.

Una pareja aislada del resto del mundo.

Están en el salón desocupado o en un teatro vacío. Si deciden actuar solo lo harán para sí mismos. Pero nadie los mira: tienen la oportunidad de no actuar.

¿La tienen? ¿No es suficiente que mire el otro? ¿Y no actúa también uno ante sí mismo? Por eso precisamente es imposible afirmar que somos, cada uno, uno mismo…

Y si no estuvieran en un tablado, si por un momento se desvaneciera el mundo —incluso dentro de ellos mismos— y quedaran íntimamente solos, ¿podrían saber con certeza que se aman?

Tal vez solo somos para los demás y, por eso, la vida debe llegar a convertirse, tarde o temprano, en el tedioso esfuerzo por ser siempre los mismos, sencillamente para que los demás puedan reconocernos.

La pareja está aislada, libre para hacer lo que deseen. ¿Y qué hacen? ¿Bailan, quizá, desnudos en el salón de los ecos? ¿Se gritan acaso su amor, oyéndolo rebotar en las paredes al expandirse por ese desierto retenido? ¿Brincan como gorilas primigenios o se arrastran como bienvenidas serpientes?

Nada, están solos y se mueren de pena y hacen lo que han hecho siempre. Y dicen lo mismo, se dicen lo mismo.

Más adelante, en una playa desolada, bajo el cielo abierto como una flor.

Ahora están desnudos. La tierra entera es el mismo desierto que estaba contenido en el salón desocupado. No hay paredes, la ribera es inmensa, el mar, el cielo, no hay nadie más.

Una de las dos personas mira a la otra imparcialmente y se siente dueña no de ella sino de sí misma y la tierra entera la abraza. Es justo en ese instante cuando descubre que la ama o, más bien, que esa palabra puede significar eso que experimentó en ese instante.

La otra, dubitativa, baja la mirada. Acostumbrada a los escenarios, no sabe bien qué hacer cuando las butacas han sido eliminadas y queda solamente la tierra ante un cielo callado, un cielo para siempre callado.

Sus ojos como fosas o bocas acuosas... Nadie más la mira. ¿Pero qué se puede hacer cuando solo una persona nos mira? Una persona es casi ninguna persona, y es difícil o absurdo seguir actuando para nadie. No soporta tanta soledad… En cambio, para la otra, esta soledad es el único sentido de la palabra “felicidad”.

Luego se separan.

El salón ya no existe, el desierto se ha extendido fuera, ha salido a la calle. Los demás son un decorado deslucido. Una ya no oye ni mira nada, apenas habla. La otra sigue prefiriendo lo que ya está escrito: su vida es literalmente dramática; para ella, lo real es una ficción recibida.

[10:53 a.m.]

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