22/11/07

19 de enero de 1999

Y ESTA ES, quizá, una muestra de las metas megalómanas de un enamorado núbil y burlado que no tenía otra cosa que hacer más que soñar con ser capaz de escribir genialidades. Es decir, de alguien que aún no tenía edad para saber anticipar el fracaso.

Mi propósito será escribir un libro desesperante. Ese sería el único efugio maduro; el único, quiero decir, que no sería simplemente una evasión, un olvido o una fórmula, sino también una propuesta, un aprendizaje. Escribir un libro que desespere al lector, que lo haga bufar de asco.

Ese librito con el que soñaba tenía un trasfondo a la vez específico y general. Bueno, de todos modos nunca cuajó pues nunca dejó de ser proyecto, mera preparación, ensayo perpetuo: por ejemplo este cuaderno entre tantos otros cuadernos; pero de haber cuajado —según recuerdo mis presunciones— tendría que haberle encajado la siguiente leyenda o alguna parecida:

“Este es un libro adolescente, inmaduro, tan adolescente e inmaduro como la humanidad. Las personas, individualmente, se enamoran enfermizamente de otras personas. ¿Pero no equivale esa actitud a esta de la humanidad: enamorarse, en sospechosos conjuntos, de Dioses y Verdades? El mío será el libro de ambos ridículos humanos. Mostrarlos será su meta y su valor, y también su riesgo y su muy posible condena.”

Para lograrlo, el texto habría de nacer cursi y romántico. Habría de ser una reliquia viva, un monumento anacrónico a la enfermedad humana: todo lo que debiera abandonar la humanidad para poder madurar y dejar de ser un jovencito blandengue llorando de amor y desamor. Incluso, pues, del lenguaje que debería abandonar la humanidad…

¿Por qué, por ejemplo, lamentarse y matar porque Dios nos ha abandonado? ¿No sería más heroico abandonarlo a Él sin deducir de esa renuncia que también habría que renunciar a nuestros más preciados sueños?

Yo me tomaré de ejemplo primero: a la vez singular y universal… Será un juego de máscaras... Fingiré que no finjo que finjo y ya veremos adónde vamos a dar…

Pero en mi libro la escritura deberá exigir una experiencia, y lo hará al contraerse intensivamente en un afecto, por ejemplo en el disgusto, o quizá en la más universal malquerencia; pero habría de ser un disgusto o una malquerencia que excitara a pensar como si pensar fuera también un verbo dentro de la misma clase de amar, desear, padecer, ansiar, simpatizar, sufrir… Y mi libro solo sería un triunfo si produjese en el lector deseos de seguir leyendo a pesar del disgusto o la incomprensión; y sería un fracaso si no provocase cierto disgusto o incomodidad o si, por esa causa eso, terminase abandonado en un estante o, peor, en una pila de papeles para reciclar…

[6:55 a.m.]

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