28/4/10

05 de julio de 1999

SI NO FUERA CAPAZ DE SOÑAR, me lanzaría de un puente.

O escarbar con las uñas mis muslos para encontrar tras la piel el olor, o la simple hondura que abrió allí su cuerpo, su reciente eclosión... Redescubrir bajo mis músculos decaídos el sello de su más tímido deseo. (Recordar lo que le costaba decírmelo, “tocame”, o cogerme la mano y ponérsela entre las piernas. Y recordar lo que gozaba después, siempre después de la timidez...)

Será que solo con otro nos aliviamos de nosotros mismos. Por eso lo más aplastante de la soledad es creerse uno; y llegamos a salir a la calle vestidos de uno, con los mismos gestos de ayer, con las mismas palabras, con los mismos sueños, como un episodio repetido. Y la gente nos reconoce y nos olvida, nos olvida y nos ignora como llegan a olvidarse las estatuas en los parques: porque siempre son la misma.

Con ella era otro; ahora yo soy yo y padezco esta ilusión, escribo esta ilusión histórica. Yo. Y ella no está, no llama, no viene. Yo. Me olvidó, sin duda. Yo. Dejó de soñar.

Y sueño que también yo la olvido; y escribir que la olvido.

La olvido.


[4:05 p.m.]

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