SENTADO, inmóvil, fumo y miro llover.
Dejo que la noche pase sin mí, frente a mí, ahí. Mi pensamiento intenta copiar el azar de las gotas, el compás del viento y la estrechez del frío.
Convierto la noche en mujer y la adoro aunque no quiera ser adorada.
Pero las copias siempre son imperfectas. O mejor dicho: son imperfectas porque, en rigor, no son copias. En la duplicación siempre hay alguna diferencia.
La lluvia es apenas un baile de minúsculas gotas que flotan en el aire.
Decido que dormiré al amanecer. Simplemente porque no quiero padecer de nuevo los ruidos cotidianos: los niños apurándose a ser grandes, los vendedores implorando lástimas, los profesores tiranizando para ocultar sus fracasos; y el tiempo, tan poco tiempo, la edad, el mundo, extrayendo de mí lo mejor de mis años para venderme un puesto, una oficina, un salario, una reputación, una muerte a plazos, señor, con garantía de por vida.
[12:26 p.m.]
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3/8/09
13 de diciembre de 1999
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