¿CÓMO, pues, sin levantar una “ficción pura”, se puede hacer una novela de una vida plana hasta la desesperación?
Mi gran atrevimiento ha sido quedarme en cama lloriqueando en lugar de trabajar; mi gran aventura ha sido creer que en este mundo horrible el amor es lo único decente que queda; para buscar el sentido de la vida solo he podido pensar, y no, en cambio, vivir de hecho como otros viven: viajando a la deriva, asumiendo riesgos, cazando criminales ecuménicos, enamorando doncellas prohibidas.
Durante tanto tiempo mi imaginación ha estado guiada por el dolor, centrada patológicamente en mi dolor. ¿Seré el único enfermo de este mal, o seré yo, más bien, signo de un mundo que viene o que ya está aquí, ejemplo del nuevo siglo, un yo absurdo, innecesario, totalmente superfluo, uno más, llano y ridículo y anacrónico entre billones que mueren de hambre o soledad, como moscas, víctimas de esta catástrofe que algunos aún llaman historia?
Y saber que no hay dónde huir para poder ser importante, para ser “esencial”… Cada día menos seré yo esencial. Yo ya estoy muerto. De todos modos, no creo que la evolución, la historia, la civilización capitalístico-cibernética me necesite. ¿Será esta la sensación que llaman “fin de la historia”?
Quizá por esto he creído fanáticamente que solo podía salvarme que para ella fuera yo imprescindible. Yo —pensaba— sobreviviré si alguien me ama, y solo seguiré teniendo sentido si alguien me ama singularmente, en la especificidad irrepetible de mis pensamientos y de mis experiencias.
La ambigüedad de saber que muy probablemente todo sería mejor sin “yo, yo, yo”, y sin embargo la nostalgia del yo y no poder dejarse ir… Y no estaba tan perdido: la especie, ciertamente, debe madurar. El culto al “yo”, ¿no es una enfermedad de mancebos?
Hoy todo es simplemente probable, y aún no sabemos como hacer historias con probabilidades.
¿Cómo será ese que viene a superarme?
[10:04 a.m.]
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10/5/08
13 de abril de 1999
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