21/1/08

05 de marzo de 1999

LA BELLEZA SOLO SE ANUNCIA Y SE DIFIERE, es una promesa, como la muerte, pero la muerte es segura —

— hoy se extiende una veleidad devastadora — la pretensión de que haya solo un mundo — sin haber nacido del todo, allí agoniza la ternura — y la escritura solo escribe estertores — libros repetidos, sin singularidad, sin realidad — queda, supongo, la muerte: el silencio equivocado —

y las tardes de crepúsculos cenicientos — la armonía de la página impresa es un efecto cosmético — los verdaderos rostros son incognoscibles o no existen — ¿para qué maquillar la pulcritud vacía del papel y luego actuar, ya pintarrajeados, en estos escenarios sin fondo? —

¿puede todo esto ser algo más que un eterno rompecabezas? — ¿cuánto se puede decir tras la apariencia de no decir nada o al revés? — ¿cuántas páginas se pueden llenar con una vaciedad que, a la vez, sea inaguantable y llamativa, tal vez, incluso, necesaria?

Ella desfilaba entre luces que acaso solo ella veía. Siempre le sonreía a todo el mundo, quería ser vista, vista bella, que su belleza fuera popularmente evidente, como un chiste de doble sentido, como lugares que fueran manifiestamente comunes en cualquier parte del globo, tal vez tan ubicua y anecdótica como una Coca Cola Classic. Sonreía como esas vallas publicitarias de mujeres en ropa interior que, en media autopista, aun mirándolas de pasada a 100 km/h calan lúbricamente dentro del cerebro con sus pechos y piernas y nalgas de quince metros de altura...

La belleza se ofrece como promesa de una evidencia que no llega nunca. Pero ¿no es ese el error, no poder sostener el velo hasta el final —es decir, sin final del velo— y querer tenerlo todo claro, allí, aquí, dispuesto, montado como una tarima?

La felicidad sería ser capaces de conformarnos con la promesa — el silencio siempre equivocado…

Ella no se callaba nunca, tal vez, de hacerlo, se hubiera ahogado en su silencio.

Acaso a todos solo podría salvarnos caer en un abismo, rendirnos al vértigo: este miedo soy yo y no me conozco.

Llega uno a ver la belleza desfigurada, dando alaridos, desmadejada, dentellando.

¿Hoy sería irracional o temerario no sentir pánico del futuro?

Leo en Edmond Jabès: todas nuestras palabras solo son el torpe intento de decir el silencio de Dios. Claro, no sabemos si Dios existe, creemos que existe precisamente por ese silencio, este intento implacable, histórico, lírico, prometeico...

¿A Diana la muerte le quedaba grande? ¿Y cómo escribir sobre esto?

Dichosa: ella flotaba en lugar de caminar.

[8:35 a.m.]

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