18/6/08

Aforismos afectivos/temáticos para la "novela" o algo así, II

[página suelta, sin fecha]


I.
La verdad se mide por el número de páginas que dura. Hay clases de páginas que encuentran la manera de reproducirse como ratas, mientras que otras pasan inadvertidas y solo duran un respiro y, baldías, son como extensiones de piedra. Algo similar pasa con la realidad. Algunos creen que la realidad está en la guerra, en los asesinos en serie y las matanzas en masa, en el hambre y las epidemias. Olvidan así que también hay realidad en la ausencia de ejércitos, en la simple brutalidad cotidiana entre parejas, o incluso en el aislamiento patológico de un pensamiento particular. Hay países enteros cuya realidad es una descollante fábula, emperifollada con discursos siempre galantes y cubierta de velos (discursos, libros de texto, páginas, millones de páginas) para que no parezca mentira, para que parezca la única verdad del universo.

II.
Quizá escribimos solo por la necesidad de excretar desechos: sabemos que el cuerpo no puede mantener dentro de sí sus excesos, pues de hacerlo se le pudrirían dentro. Tal vez sea por dejárselo todo dentro que algunas personas apestan. Es que solo se llena uno vaciándose. Claro, no es lo mismo vaciarse escribiendo que vaciarse en alguien, así como no es lo mismo cagar que cagarse en fulanito de tal, aunque esto último es a veces más reconfortante que lo primero.

III.
No puede haber una filosofía que anteceda y explique todo lo que aquí —en los textos— se dice necesariamente sin límites definidos. Pero la filosofía siempre es el sueño iluso de querer explicarlo; y esto no lo explicará jamás nadie, o solo un dios, es decir, en efecto, nadie, pues también los dioses tienen la inútil tarea de ser para siempre lo que nosotros no podremos ser jamás.

IV.
A la literatura le piden crear ficciones que nos alivien de la realidad. ¿Pero qué ficciones crear cuando la realidad toda es mera ficción? Tal vez haría falta, más bien, que la realidad se aliviara de tanta ficción. Hoy las pantallas son nuestro cielo platónico. Incluso esta última frase está trillada y vista y revista y revisitada y ya no significada nada o casi nada — esforzarse para que nuestra cotidianidad se parezca a la reality que aparece en la televisión — los padres han aprendido muy bien que deben sentar a sus niñitos, desde recién nacidos, frente a las pantallas, para que después sepan cómo es el mundo real y puedan defenderse, solo así no estarán en desventaja — claro, Platón no podría haber sabido que no es necesario enseñar la contemplación, pues basta con tener acceso al control remoto — es que solo así pueden los nenes ir con tiempo haciendo la lista de todo lo que deben comprar para ser felices y, claro, para que ya a los siete u ocho años hayan entendido que lo más fácil, cuando un compañerito molesta, es pegarle un balazo en la sien para que deje de molestar.

V (o IV bis).
¿Por qué habría de ser responsabilidad de la literatura crear una realidad que nos aliviara de la ficcionalidad que desde hace décadas viene sistemáticamente embruteciéndonos? La realidad es una ficción generada y mantenida a diario por esa masiva publicidad que pretende hacernos creer que estamos de vuelta en el paraíso: ya no hay más historia por hacer, ya nada se puede lograr, ahora solo queda gozar en la mascarada del espectáculo. En el mal cine, por ejemplo, la violencia extrema coincide perfectamente con los finales felices, y es eso lo que se nos pide tomar por realidad, a pesar de que de este lado la violencia jamás coincide con un final feliz sino con más violencia.

VI.
La idea más nociva de la historia ha sido la de que podemos regresar al paraíso construyéndolo. (Otra manera de evadir el hecho de que nunca hemos estado en un paraíso.)

VII.
Quizá sucede que no somos ni usted ni yo ni el de más allá, sino la vida misma quien padece de trastorno bipolar. La tristeza y la felicidad son como el rostro de Jano: lo mismo y lo otro que de alguna manera siempre encuentran la manera de enredarse. Dos rostros excluyentes que solo pueden existir juntos… O quizá no la vida, pero sí el mundo, es decir, la Tierra infestada de humanos: la historia del mundo ha sido quizá la historia de un trastorno bipolar sufrido a saltos. Una prueba adjunta sería que solo nuestra cercanía con el sol —y el contexto desde el cual lo percibimos: la rotación de la Tierra— nos ha hecho creer que es posible la luz pura; pero la noche y el día siempre coinciden, sin ser lo mismo, y solo parecen sucederse uno a otro dependiendo de nuestro punto de vista. Nuestra enfermedad ha sido creer religiosamente en la unicidad o privilegio absoluto de nuestra perspectiva.

VIII.
Dichosamente todavía es posible quererse con ternura y abrazar la tierra desnuda y visitar los cuerpos como si fueran litorales o desiertos o junglas o cañones o cascadas. Pero mientras sucede esta historia mía, o este remedo de historia, aquí a lo largo de los días infructuosos, me dedicaré a no olvidar la noche del mundo, simplemente para combatir como mejor puedo esa insistencia que tienen en hacer de mí mismo una ficción genérica. Tal vez algún día tendré una historia que contar; eso, supongo, querrá decir que casi estaré acabado. Pero ¡cómo contar una historia ahora, por Dios, si solo soy un niño! Un niño como el mundo. No: la historia apenas comienza.

IX.
El castigo a Adán y Eva —inmerecido, por supuesto— por su infracción amorosa, fue doble: padecer el amor y escribir por siempre el libro, el libro único, el que Él había escrito: por querer leerlo nos condenó a no leerlo, es decir, a escribirlo por todos los tiempos motivados por la ruptura del amor edénico, en un desesperado y destructor intento de recuperar el silencio perdido, es decir, de finalmente ser capaces de reescribir Su libro, ese que nunca nos dejó de leer.

X.
La libertad no es hacer lo que a uno le venga en gana, es que la sanidad no dependa de lo que digan de uno los demás.

[10:24 a.m.]

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