18/2/08

19 de marzo de 1999


El horror es una lucidez.

--Francisco Umbral



CONTAR LA VIDA PRESENTE ES MUY DISTINTO DE CONTAR HECHOS DEL PASADO. El presente es lo que menos conocemos. Lo conocemos incluso menos que las vidas ficticias que imaginamos al narrar. Por eso contar el presente solo puede ser errar por los momentos. Seguir lo que hoy acontece, la historia en cada momento actual del cuerpo. Al menos, hoy, ya no temo que eso sea algo muy distinto de hacer “literatura”. Ya no necesito, digo, hacer literatura. ¡Como si esa fuera la única manera de escribir! Y es un alivio. De todos modos, en el debate de qué es y qué no es ficción, la cosa parece estar cada vez menos clara. Algunos imaginan situaciones ingeniosísimas, personajes improbables y complejos e historias intrigantes y necesariamente “cinematograficables”. Pero detrás de tan arduos trabajos siempre sigue acechando la autobiografía. En personajes e historias se filtran los deseos y las frustraciones del autor, por decir lo menos. Y hay también quienes, por el contrario, creyendo escribir su autobiografía no logran más que ficciones mediocres, o cuentan su pasado manipulándolo con gula por alguna neurosis, por un patológico autoengaño o por llana megalomanía.

Errar por momentos afectivos o especulativos me parece algo poco ambicioso; pero en ello precisamente encuentro su valor. Ciertamente lo que diga hoy de mí puede contradecir lo que dije ayer; pero ambos testimonios bien pueden ser verdaderos. Quizá resida allí el atractivo de los diarios, incluso cuando son anónimos. Es que en ellos, al leerlos, a uno no le importa mucho quién fue el fulano que vivió todo eso, pero sí le importa que haya sido un Fulano de Tal y no simplemente una ficción o fábula.

Por supuesto, también es válido contar ficcionalmente la propia biografía, siempre que se sepa que es eso lo que se está haciendo, sin pretender ni la verdad objetiva ni la verdad subjetiva. Todo ese asunto de la verdad —incluso la personal— me parece de lo más deshonesto. ¡La vida de las personas es infinitamente más relevante que la verdad! Pero, entonces, para ser consecuentes, también debe ser infinitamente más relevante que la ficción, es decir, que las modas escenográficas actuales con su catálogo de personajes prefabricados...

Además el cuerpo debe acostarse cada noche sin certeza alguna sobre si amanecerá de nuevo al mundo que dejó; y debe levantarse, algunas veces, apresado por los pánicos más influyentes, como cuando nos sentimos horrorizados, en sueños, sin razones aparentes; o cuando nos descubrimos de pronto hasta las narices de culpa o de arrepentimiento. Y luego percibimos, esos infaustos días, la claridad del alba como una desnudez malediciente que solo se nos impusiera para que podamos ver mejor nuestra aflicción. Y encima tener que soportar, como primer pensamiento, de nuevo despierto solo. Y no encontrar en ninguna ocurrencia gramatical la manera eficaz de decirlo con fidelidad. (Ni encontrar la respuesta a la pregunta: ¿para qué decirlo?) E intentar dormirse de nuevo y solo conseguir ahondar en la desdicha. Y no poder evitar ver en la memoria los rostros amados y perdidos. ¡A veces no se pueden cerrar voluntariamente las puertas de la consciencia! Y tener que verlos sabiendo que corre el tiempo y nos esperan en el trabajo. Y padecer la añoranza como un naufragio siempre repentino. Y sentir un combate de escorpiones en la boca del estómago y aún así tener que desayunar. Y abrir los ojos, finalmente abrir los ojos al horror y no escatimar esfuerzos por conseguir llegar más hondo en la miseria que nos puebla, tratando de comprender, rastreando de nuevo lo que pasó y lo que no, como todos los días, una y otra vez, cada segundo. ¡Y todas esas ficciones tejidas y leídas para ocultarnos el hecho de que no somos lo que queríamos ser! Porque es así de simple: finalmente nos damos cuenta, en la cima de esa sombría lucidez, que vamos perdiendo el combate, este devenir agonal. Y aprendemos, así, que tendremos que morir, y sabemos, sin embargo, que es así como aprendemos a vivir.

Dichosamente, el paciente se vuelca hacia su veladora y de la gaveta extrae un cuaderno azul. Y un bolígrafo. Y respira pausadamente y empieza a contarse su vida en su proximidad inasible.

La otra opción es a diario vestirse de prisa y salir corriendo a alguna oficina sabiendo y casi siempre olvidando que efectivamente nos espera la muerte.

[9:15 a.m.]

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