27/4/10

04 de julio de 1999

Cuando uno no puede librarse de sí mismo, se deleita devorándose.

---E. M. CIORAN



LA LLUVIA. Acostarme y cerrar los ojos. Soñar. Soñar siempre para combatir la ausencia, intentando vaciarme. Y luego durar levantándome. Durar duro durante. Como si el tiempo no avanzara. Inventar palabras abras del viento ventar. Como si una hora o dos horas o un día o un año no me envejecieran. Fuerte. Creerme valiente soberbio sabio. Apretar fuertemente. Sentirme inmundo agonizante puñal en maño muerte al instante. Soñar que viene. Soñar que llama, al menos. Querer oír su voz, deletrear este deseo inútil, saborear cada sílaba como si fuera su lengua, sus dedos. Querer repetir los gemidos madrugadores, su respiración liviana y mi ternura, cuando ella dormía. Soñar que quiere verme y sentir que me está viendo. Sonreír, imbécilmente. Hacerle un gesto de invitación, recordarle la noche anterior, contarle secretos o inventarlos. Estirarse sobre el lecho. Soñar. Soñar que quiere abrazarme y acariciarme sin prisa, apenas mirándome atándome. Recordarle la noche tibia y pálida. Sus senos, tibios y pálidos. La parte baja de la espalda. O el labio inferior, redondo hondo su vientre. Soñar que viene, que le abro la puerta, sorprendido, ansioso, amado; soñar que abro la puerta y ella me abraza con las piernas, con todo el cuerpo, soñar que dice me has hecho falta. Romper a llorar, otra vez imbécilmente. Y escribirlo, más imbécilmente aún. Y oír que la lluvia no cesa. Dar vuelta. Abrir y cerrar de ojos, verla despierto y verla dormido. El invierno persistente, persistente. Eyacular entre palabras ardas la lluvia, tormenta la cama bochornosa y el escozor, la molicie, el insomnio. Dar otra vuelta, a saltos, tirar al suelo las sábanas gritar. Saber que todo el cuerpo grita. La casa sola interminable. Placer dolor. Los muslos tensos, necesitarla como a una droga, una violencia lingüística. Y mi susurro a nadie, mi absurda facundia. Puños. Peor que una droga, una droga uno la compra o la roba o se la convidan. Las manos ávidas, inquietas, celosas. Golpe cabeza pared. Soñarla en otras manos ávidas, inquietas, celosas. Cerrar los ojos y llorar sin lágrimas. Soñar. Soñar. Todo como un desierto sin dunas ni viento, ni nómadas, siquiera, que lo recorrieran sedientos. Nadie... Caminar para hacer más largo el desierto, ir erosionando aceras, calles, aulas, visitas, amigos, familiares. Ir extendiendo el desierto porque quizá las personas solo merezcan reinos de arena. Y siempre intentar volver al sueño y quedarse en el sueño. Quieto, pasmado ante el recuerdo, poseído por el tormento de ver crecer el yo como un gigante, ¡como si existiera así, monstruoso y total, definitivo, estático, henchido! Y abrir los ojos otra vez. Saber que todo es la ilusión en que caemos los solitarios que no queremos enloquecer, creer que somos esto, ya, de por vida, esta voz, estas palabras... porque ¿cómo no creer en mí, cómo no verme exagerado si aquí no hay nadie más que desdibuje mi rostro, que disemine mi cuerpo, que desvanezca la ilusión enferma de ser esto, solo esto, solo, esto, yo?


[4:04 p.m.]

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