28/4/10

22 de octubre de 1999

QUIZÁ SU CULPA PROVIENE DE SENTIRSE AÚN UNA NIÑA QUE NO SABE CÓMO DEJAR DE SERLO. ¿Y sería justo juzgar a una niña por su confusión?

Solo ensayamos, es cierto, la vida es como una flecha sin blanco; pero hay quienes no piden más que esa trayectoria, y quienes no pueden evitar padecer onerosamente por no detenerse jamás en un punto definitivo.

La pequeñita de mamá con sus expectativas aristocráticas y su garbo principesco... El pánico de seguir toda la vida teniéndose asco... Y entregarse a su asco para salvarse, como cuando los secuestrados se enamoran de sus victimarios... La trillada y triste historia de la cándida bebé a quien papá no le presta suficiente atención… La condena armagedónica de creer que todos los hombres son su padre repetido, semidiós y villano al mismo tiempo... Y destinarse a ser la delicada mujercita de un marido CEO de perfectas apariencias y con un pedigrí garantizado, rastreable, sin duda, hasta los sapiens que masacraron a los neandertales. ¡Qué desgracia llegar a ser propiedad del mundo!

Y algunos, encima, nos enamoramos hollywoodescamente de personas que no existen, cascarones fascinantes, súcubos de un neón tan rítmico como la moda. Y a veces también salimos del engaño, si tenemos suerte, pero salimos con el dolor funerario con que se abandona un satori químico…

O tal vez nada sea su culpa.
A fin de cuentas, nuestros padres no solo nos hacen en el vientre, sino también con sus vidas patéticas o heroicas, con sus decisiones fascistas o su gusto por los cantos gregorianos y la paz del mundo.

A veces, pues, creemos que una criatura de humo podrá envolvernos y devolvernos con sus velos traslúcidos toda la pasión que nos desborda. Y a todos nos toca ser de humo para otros. Es el azar histórico, eso de que hoy los rostros aparezcan fuliginosamente, como si ya no hubiera personas, solo personajes; porque todo, también la realidad, es ficción o casi; yo soy una ficción, tan banal como ella. ¡Y tener que llegar a defender tales incongruencias!
Ay, separados por ficciones irreconciliables…

¿Habría que ser infinitamente necios y elegir la realidad?

Quizá ni una cosa ni otra, ningún extremo, sino aprender a vivir aquí de una buena vez, entremedio, entre esos extremos que no existen...

Y escribir, entonces, por ejemplo esto, un error sin historia, un ensayo entre millones posibles: la novela sin relato de mi realidad.

Hoy todo es repetido e igual, como estas páginas incesantes y estos dolores de fin de siglo; y al final, como al principio, todo parece un desfile de sombras al fondo de una caverna, y es inmensamente triste y también la tristeza es repetida e igual...

¿Es cierto que bastaría con volver la cabeza? Pero ¿adónde?

Tantos pasos que hemos dado más allá y no hemos dado todavía uno solo aquí. Uno solo aquí.


[4:09 p.m.]

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