SI TAN SOLO PUDIERA MANIPULAR LOS DÍAS, variar el orden en que sucedieron, aunque fuera un poco, recrear la propia vida repasándola en palabras lanzadas a un papel, en desorden pero con un desorden propio, trabajado, dolido. Un reacomodo que emergiera suscitado por el ánimo de cada día presente, como si cada día, individualmente, recogiera a su manera toda la vida vivida... Como si cada día fuera una vida entera y pudiera uno, por eso, volver a vivir su vida en un solo día, y cada día de manera distinta... ¿Pero no descubriría inevitablemente– y, supongo, entrelíneas– que cualquier orden daría igual, que a fin de cuentas va uno a morir un día y que el orden de sus días será reducido a ese último, categórico, duro, y que todo tendrá sentido solo si uno aprendió a dejar de vivir centrado en uno mismo, más tarde o más temprano, es decir, si uno aprendió a ganarse? Solo en ese caso el orden novelesco que construyera uno con su memoria habría sido algo así como un triunfo, es decir, un aprendizaje.
Había olvidado este pasaje. Fue a partir de ese día, 18 de marzo del 99, que acogí la costumbre de retomar, un día cualquiera, los cuadernos con todo lo escrito y vivido antes y releerlo en desorden, o simplemente recordar toda la vida, azarosamente, callado y tumbado sobre la cama y dejando llegar las imágenes... Hoy, por ejemplo, es eso precisamente lo que hago, y es cierto que cada día en el que repaso así la vida, la vuelvo a vivir de otra manera, la rearmo según el azar del momento y la suerte en la elección de los papeles, las páginas de mis cuadernos, o simplemente los recuerdos. Es como si cada día vivido pudiera ser una repetición a la vez igual y diferente de la vida entera. Por eso no tiene mucho sentido hacerlo en orden.
[9:10 a.m.]
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9/2/08
18 de marzo de 1999
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