9/11/07

24 de diciembre de 1998

EN NOCHES COMO ESTA LA TIERRA NO TERMINA PARA DAR COMIENZO AL CIELO: todo es una noche inmensa, continua en su hondura negra, un desierto negro, un cielo negro jaspeado de millares de estrellas, inservibles estrellas. Hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados, a la vuelta de todas las esquinas la misma densidad absurda e ineludible. Tal vez en algún lugar detrás de esta lobreguez haya mares de jade y níveas montañas —o debiera haberlos— y aves planeando en un aire quieto y tornasol, pero ahora para mí todo es negro e igual: una extensión vaciada de color.

Le temo a estas noches porque en ellas se iguala todo, nada es diferente y sin embargo todo es diferente de mí. Los únicos ruidos son el viento invisible y esta voz que estalla contra cada grano de polvo y contra cada estrella, esta voz que no se inhibe frente a tal vaguedad, que no quiere igualarse e insiste en creer que es de alguien... Ya sé que es una voz sin reflejo, sin respuesta o solo con respuestas distantes que jamás oiré porque yo ya no estaré aquí ni en ninguna parte. ¿Es que esta voz también es viento, solo aire, aliento?

La soledad asoma inconfundible cuando del mundo solo se oye una voz, difusa y ahogada, casi más bien conjeturada, ahogada por un desierto interior; una voz inverosímil porque es voz hacia nadie, nada más voz hacia sí misma, una voz totalitaria y recursiva, la única imposibilidad que se hace posible en el silencio del mundo, noche negra y brutal, una voz que anuncia la muerte desde esta soledad que en su fondo sin fondo solo es la ausencia de otras voces: un silencio que engendra palabras y palabras y palabras... Me pregunto si es cierto que la realidad pueda cambiar en algo por el hecho de escribirlas.

En aquella época, durante semanas y semanas escribía cientos de páginas muy similares… En estos cuadernos, aunque salte de un mes a otro a veces parece como si no pasara el tiempo, como si no pasara nada. Diarios enteros de achaques o “prosas poéticas” lastimeras. Al menos las mismas atmósferas brumosas, amargas. Y sin embargo los matices, tantos matices, de vez en cuando alguna frase o un párrafo bien logrados… ¿Espontaneidad verbal pero monotonía afectiva? ¿Es que en realidad no pasaba nada en mi vida? Mi más secreta intimidad —todos tenemos una— se revolvía en sí misma…

¿Pero cómo elegir aquí, para leer o releer, los pasajes más sugerentes o más valiosos, y qué sentido puede tener hacerlo aquí, y qué sentido tendría el “valor” en este caso?

Por ejemplo escribir esta última página en navidad… ¿Era una tristeza real? ¿Era simple pusilanimidad, sensiblería? ¿Puede alguien de verdad respirar tanto tiempo en el horror —si es que esto lo es: una adolescencia solitaria, irrazonable, la adolescencia a los veintitantos de clase media en un país subdesarrollado, la vida centrada en un dolor cancerígeno y ególatra, abstracto, como si no hubiera atentados y huracanes y genocidios y pelotones de corruptos arruinando la realidad— sin de verdad enloquecer o matarse?

Hoy, un lunes cualquiera de octubre —mi esposa ha salido, se ha llevado a los niños, la casa y el silencio son míos, al menos por hoy—, he elegido releer y transcribir —porque así se me antoja hoy—, menos pasajes de los cientos de páginas de farragosas lamentaciones, y más de los intentos primerizos hacia la narración o la interpretación, hacia la madurez o la resignación, porque nunca se sabe qué es lo que pasa cuando crecemos… Es que en su desnudez más brutal, tanta anotación melindrosa y tanto sollozo adolescente no dejan hoy en día de parecerme una burda aproximación a la pornografía. Aunque también, lo confieso, me tienta el morbo de contemplar directamente la dimensión posible de la humillación, la ingenuidad y la vergüenza... ¡Tantas lecturas son siempre posibles! Y uno mismo, al leer sus anotaciones de hace tiempo, ya no sabe qué pensar o cómo reconocerse…

¿No es análogo a lo que sucede cuando estudiamos la historia? ¿Nos reconocemos, en tanto humanidad, cuando leemos sobre las masacres de indígenas en América, o sobre el exterminio de judíos, o sobre los millones de seres subsaharianos que simplemente mueren de hambre, es decir, de injusticia?

¿Se ve uno a sí mismo, ya no en las víctimas sino en los verdugos? Este es el mundo de la desvergüenza.

[6:36 a.m.]

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