22/10/09

11 de octubre de 1999 (cont., 2)

3. Degener pravus

Algún preciosista argüirá que el nombre redunda, y tendrá razón, pues un degenerado es depravado y viceversa. Pero el académico sutil que bautizó a esta estirpe de sapiens sapiens sabía lo que hacía: la redundancia cumple el propósito hiperbolizar la deformidad de estos tipos. Llanamente, podríamos llamarlos “pornófilos”, aunque pecaríamos de lenitivos: el pravus, a, um, también refiere a perverso, torcido, defectuoso, irregular...

Sin embargo, por brevedad, en efecto los llamaré así: pornófilos. Esta identidad es una versión decadente de la sensual. Aburridos de todo tipo de convencionalismos, los pornófilos llegan a interesarse por la necrofilia y la zoofilia y solo el diablo sabe cuántas filias más. Si bien no acostumbran dejarse ver —al menos en cuanto pornófilos—, esta apetecida identidad obtiene al día de hoy una merecida medalla de bronce.

Sobra decir que en su mayoría estas gentes ya no se interesan mucho por el look de su compañero sexual; les atrae más su rendimiento y, si de paso tiene alguna deformidad —qué sé yo, un seno con dos pezones o un pene sacacorchos— pues bienvenida sea.

En principio, su pansexualismo es muy sano, tolerante y hospitalario y por eso mismo civilizado; pero las cosas se complican cuando degenera en explotación de los más débiles, en un sadismo efectivo y no simbólico ni compartido, o en esclavismos sexuales o en el llano y siempre irrevocable asesinato.

Comúnmente, aunque no exclusivamente, estas personas provienen de ambientes depresivos y malsanos, de enorme desamparo —y no me refiero específicamente a desamparo en términos económicos, sino también, y acaso principalmente, afectivo—. Parte de su singularidad radica en olvidar a la perfección que algún día necesariamente se les acabará el patín y terminarán más insensibles que las piedras duras; lo cual, claro, no les impide, mientras llegan a su fin, pasar por la vida como un huracán, arrastrando a quien encuentren a su paso. A la luz pueden ser nuestros buenos amigos, pero de encontrarlos en la oscuridad no tendrían reparo en penetrarnos con un destornillador. ¡De lo que hay que cuidarse, por todos los santos!

4. Servator vulgorum

Incluyo en esta cuarta pero aún respetable posición, a toda la gama de políticos y religiosos que solo saben abrir la boca para adoctrinarnos respecto de lo que hay que hacer para cambiar el mundo y para hacernos saber que solo ellos —más que obvio— pueden hacerlo, siempre y cuando uno les ayude monetariamente, claro.

Son los salvadores de los pueblos, es decir, del populacho o las masas, porque el no-populacho (del cual ellos, dichosos, forman parte) no tiene por qué ser salvado porque ya lo está por definición (orden de Dios o de Mr. Money).

Es fácil descubrir su identidad si uno observa con cuidado: mientras hablan de salvar el mundo se llenan los bolsillos con todo el dinero que no les pertenece; y si, por otro lado, uno no les descubre este gesto, pues bastará con revisar su biblioteca: por alguna enigmática razón todos los ejemplares de La República de Platón que poseen estos salvadores contienen una voluminosa errata: se le debe mentir al pueblo —se lee allí— pero no por el bien del pueblo, como defendía el Platón utópico, sino, mayestáticamente, por el bien de los propios monarcas, que el pueblo sin ellos –“justifican”– simplemente se mataría sin razón... No ha de extrañar que en las naciones infiltradas y tomadas por esta calaña la inflación que sufren los gobernados sea directamente proporcional al inflamiento que gozan los gobernantes.

En cualquier caso, necromancia o carisma, llámesele como se le llame, el punto es que te dejan vacío de recursos y lleno de esperanza.

Y lo más triste del asunto es que hay carreras universitarias donde puede uno sacar hasta doctorados en esto. Y son respetadísimas y tienen miles de estudiantes que se gradúan como moscas y son como moscas, es terrible, se los topa uno en todas partes y con solo acercarse ya siente uno el tufillo a desperdicios. Por estrategias de marketing, supongo, son en general muy buenos amigos de las cámaras y las entrevistas y tiene uno que soportarlos en televisión interrumpiendo a los Simpsons. Porque estos tipos, a quienes también podríamos llamar “mesiánicos”, son los amos de la opinión pública, con lo cual salta a la vista que la opinión pública no es la del gran público sino la de ellos. Si tuviéramos más como fulanito, dice la pobre gente sin saber lo que dice, si tuviéramos más el país estaría mucho mejor.

Curiosamente, los velados tienden a apoyarlos en las elecciones y en sus discursos y en sus creencias, simplemente porque a estos “servidores” no les interesa interferir con sus apariencias ni con sus modos de vida y, más aún, les conviene que existan y proliferen velados porque son ellos quienes más compran los productos con los que corruptamente lucran y son quienes votan para que puedan ser corruptos con gracia, es decir con embajadas o consulados o presidencias. A quienes los mesiánicos sí combaten con todos los medios a su alcance es, claro está, a los sensuales, pues a estos les importa un pito toda esa verborrea de la salvación y solo quieren irse improductivamente a la cama. En fin.

5. Lugubris maledictum

No sé por qué se dice que no hay quinto malo, pero este es más malo que la lepra. Tenemos aquí a la especie más estorbosa de todas: los lúgubres.

En oposición tanto a los velati como a los servidores del pueblo, los lúgubres se vuelcan fanáticamente a un apocalipticismo que raya en la forma más indigna de locura. Decirles “pesimistas” sería usar un eufemismo que no se merecen. Decirles “trágicos” sería ofender una posición filosófico-artística de renombre y sentido. Sería mejor no llamarlos de ninguna manera, pues de por sí entre la nada y ellos no parece haber nada; y sin embargo hay que llamarlos de alguna forma, pues hasta la nada, ya lo ven, o lo leen, tiene nombre.

Ellos creen sufrir una maldición eterna; más que eso, que el universo y la creación entera y sus propias vidas son una maldición eterna, una cárcel eterna. Pero no por estas razones defienden alguna posición gnóstica o mística. Nada de eso, su sentido de encierro linda más bien con la imposibilidad llana y simple de acomodarse a cualquier forma de vida concebible, y se dedican por lo tanto a quejarse de todo y de todos y del pasado y del porvenir y más rabiosamente del presente, claro, por ser el único tiempo ¡maldito sea! que siempre está aquí, al punto de que no llega uno a comprender por qué diablos no se pegan un balazo y acaban de una vez con su sufrimiento... Imagino que piensan que como todo siempre sale mal, seguramente fallarán el disparo y quedarán parapléjicos, ¡ayúdeme a decir!

Se entiende, así, que generalmente vistan de negro, como de luto, haciéndole honor a su nombre, funestos, y viven como por inercia y yo hasta los puedo sentir mirándome en los autobuses como si fuera yo el culpable de todas sus inverosímiles desgracias. Aunque luego resulta que no era yo sino mi vecina de al lado o el pobre chófer que a duras penas da a basto con eso de las barras electrónicas del carajo que se inventó sin duda algún mesiánico interesadísimo en el transporte público, es decir tan poco público como la opinión...

Confieso que empiezo a aburrirme… Que no soy locutor de radio con su top 10 o su top 20. Qué diablos, tal vez un par de notches más y vamonós.

6. Torpescus petra

Estos tipos –hablo de tipos y de tipas, entiéndase, que a mí no me pescan con esa enfermiza manía de los y las y ellos y ellas– viven en una parálisis continua, entumecidos, inmovilizados como piedras…

Para hacerlo breve, incluyo aquí a los mediocres en todas sus denominaciones, los abúlicos, los impotentes, los chismosos, los desocupados no por desempleo sino por mera y pura y radical vagancia, los pobre-de-mí y los que no tienen ninguna ambición personal, ni académica ni laboral, ni amorosa ni económica, ni artística ni lo que fuere. Simplemente respiran.

¿En qué se diferencian de los lúgubres?

Bueno, estos, los petrificados, no necesitan pensar que todo es una mierda para no hacer nada, simplemente no hacen nada, sea mierda o no, porque la mierda son ellos, es decir, su incapacidad, sus enfermedades, sus malditos destinos, porque eso sí, lo que sí creen haber recibido de la naturaleza es el destino mismo de petrificados, pero no porque el mundo y todo sea un complot en su contra y una porquería, sino simplemente porque así lo quiso el azar…

7. Los virtuales

Estos especímenes, por su novedad, aún no reciben nombre científico. Evidentemente esta es la más reciente inclusión en el Top y de sopetón entran en el número siete, número cabalístico, por lo demás.

Son los cyberjunkies, los fanáticos de la tecnología en todas sus expresiones, los que, misteriosamente, ya nacen con el cerebro lavado, efectuando la imposibilidad biológica de venir al mundo con el cerebro cual tabula rasa, o bien creen posible arrasar con todo lo que hay en él e instalar de cero todo un sistema operativo de punta con bases de datos y sistemas expertos... Es decir, creen que ellos mismos llevan por dentro no un cerebro humano sino el más avanzado microprocesador con redes neurales y compuertas lógicas cuánticas y enlaces cibernéticos vía satélite. Para los que ya vieron la película Matrix, estos son quienes desean que el mundo llegue a ser así...

Ahora bien, sobra decir que no es que algunas de estas identidades estén a la moda y otras no, pues hoy la moda lo incluye todo y entre más mejor; dicho de otro modo, lo que interesa no es la moda X o la moda Y sino la moda a secas, es decir en metálico, la moda que venda, y mientras estas identidades y todas las demás vendan y vendan con ganas, seguirán siendo patrocinadas por algún bondadoso mecenas que, por supuesto, para proteger su intimidad, no da la cara, el muy cabrón, mientras pretende obligarnos a que todos sí demos no solo la cara, la mía y la suya, sino la cara que él o ellos nos han vendido.

Y sobraría además decir que por supuesto también hay híbridos; qué sé yo, mesiánicos pornófilos, por ejemplo, o lúgubres con matices sensualistas, sadomasoquistas, esclavistas, o virtuales velados, que he visto el caso, o híbridos más complejos como un petrificado que pase pornófilamente pegado a su computadora y deseando en sus adentros no ser sino un mesiánico sensual. ¡Imaginen la parafernalia y las indumentarias de semejante energúmeno! Y eso que solo llegué hasta el puesto siete, ¡lo que hubiera pasado de haber seguido hasta el doscientos treinta y cuatro! Y es que debe haber híbridos, pues son ellos los compradores más hábiles, los más ingeniosos a la hora de mezclar estilos entre todas las ofertas disponibles, los verdaderos dueños de la escena cultural, los extravagantes que todos admiran y que son, casi siempre, el punto de partida de alguna nueva identidad, pues por supuesto que estos extravagantes son, apenas alguien los “descubre”, adoptados por cadenas transnacionales y patrocinados de por vida para que sigan haciendo públicas sus desviaciones y “genialidades”, que, de ahora en adelante, se sumarán al mercado y sumarán montañitas de dinerito en las cuentitas de sus fantasmales apoderados…

Por otro lado, no habría que olvidar que también hay identidades marginadas o, digamos, worst-sellers.

Sin embargo, no me ocuparé ahora de hacerlas explícitas, ya tendrán ustedes ejemplos a la mano, o tal vez sus propias manos sean parte de algún ejemplo. Citaré solo algunos brevísimos casos: los verdaderos románticos, es decir, románticos en un sentido más técnico y, si quieren, de inclinación incluso provenzal, es decir otra vez, no los pseudorrománticos que leen novelas rosa y ven telenovelas de seis a diez y películas de amor tipo Pretty Woman o cualquiera de sus cenicientas variantes. O están quienes aún se creen de izquierdas pero en su cerebro no tienen siquiera una sola neurona zurda; claro que eso a veces sucede simplemente porque del todo no tienen neuronas; y claro que hay personas todavía verdaderamente de izquierdas, pero a ellos no se les puede vender ni un maní con segundas intenciones... Aunque también es cierto que siguen habiendo neófitos ingenuotes a los que sí se les puede vender cualquier cosa, por ejemplo camisetas del Che en tono de ídolo pop o discos de cualquier Silvio Rodríguez reciclado. O bien los “no alineados”, pero no me refiero a países sino a personas, cuyo “problema”, a los ojos de la moda y la política, es no existir. Y así que como no existen no puedo yo hablar nada de ellas…

Y bueno, basta, ¿no?

¡No, no! ¡Se me olvidaba una categoría importantísima: los pontificadores!

Estos son quienes llegan a pensar, en estados madrugadores de delirio, quizá, a veces, tras haber estado sentados leyendo y escribiendo catorce horas seguidas, llegan a pensar, decía, los muy idiotas, que entienden mejor el mundo que todos los demás, que pueden explicar lo que todos los demás no pueden explicar y que, encima, son mejores que todos los demás. Entre esos hay muchos autollamados poetas, intelectuales o filósofos. ¡Vaya desgracia para la poesía y la filosofía! ¡Y vaya desgracia para mí, pues en las últimas páginas han tenido Uds. un clarísimo ejemplo de esta especie igualmente execrable de sabelotodos!

Sí, Yo, maldito Yo, ¡caíste otra vez en la pontificación! Ahora pueden crucificarme si les viene en gana, y también yo voy a hacerlo, no se apuren, no se apuren.

[2:36 p.m.]

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