EMPEZAMOS AMANDO A ALGUIEN DESCONOCIDO, un nombre o un rostro, algún semblante nebuloso, signos que no sabemos cómo desentrañar; amamos la idea de alguien, un guiño que fabulamos porque no podemos recordarlo con precisión, una mirada sostenida en el autobús, un roce casual en una acera, una palabra cotidiana, gracias, disculpe, hola, y una figura huidiza que acompaña la voz, levedad que nos hace livianos y nos acerca a otro, a su enigma; ese latido repentino que tiembla en el esófago cuando ese otro que miramos retribuye con firmeza nuestra mirada...
La desventura es que casi nunca baste con esa mirada y que eventualmente lleguemos a creer posible apropiarnos de la gente con los ojos.
[11:24 a.m.]
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14/3/09
12 de septiembre de 1999
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