31/8/09

10 de octubre de 1999

ANDA POR LAS CALLES UNA FAUNA QUE METE MIEDO.

No es solo que la realidad esté demodé y que, en consecuencia, haya tantas realidades como especies de insectos. Pasa que las modas ya no saben de qué fetiche guindarse, de quién más hacer un ídolo fatuo o cuál nueva antigualla transformar en el último grito. Y yo no sé si todo eso está mal en sí mismo; pero tampoco sé si era mejor Dios en su cielo trascendentalísimo o esta nueva versión downgraded de dios con oficina en Hollywood.

En todo caso, algo común de esas irrealidades televisivas es incitarnos a vivir como si fuéramos ricos y famosos, vendiéndonos la idea de que mientras más actuemos como ellos y vivamos como ellos más nos pareceremos a ellos amén.

Corolario: vivir es actuar como si. Creerse alguna cosa sin fundamento y asumirla como fundamentada.

Como si uno no fuera una mosca tercermundista, por ejemplo, un arrimado, un posible inmigrante, sudaca o espalda mojada; o, inversión o tergiversación, vivir como si todos fuéramos igualmente “civilizados” y “humanos”, como si los derechos humanos de aquí no fueran diferentes a los de allá… Como si todos fuéramos hermanos porque en todas partes se venden las mismas marcas y los mismos símbolos, es decir, como si el loguito universal de coca cola, por ejemplo, fuera también el loguito de una posible humanidad universal. O vivir como si fuéramos amigos íntimos de Madonna o Tom Cruise o de Fidel o Trotsky o Freud o el Dalai Lama o la quinta reencarnación de quienquiera que sea el ungido para cada cual...

Porque nada de esto entraña que se hayan descartado todas aquellas tonterías del alma y de la identidad y de las luchas históricas, qué va, ahora todo eso tiene sus sinónimos cool. Hay cientos de tipos nuevos de new age, por ejemplo, una espiritualidad mística que envidiaría el mismísimo Plotino. Si uno mira suficientemente E! hallará la información necesaria para fabricarse su propia identidad o, lo que es lo mismo, copiar algún machote y asumirlo como indiscutiblemente propio. Y hay, por poner otro caso, manuales ecologistas de bolsillo, valen $1.99, o de variopintas antiglobalizaciones y etnonacionalismos, de izquierdas y de derechas y todos con espacio reservado en CNN o en alguna variante. Sobra qué elegir y dónde; pero curiosamente todo se parece, las cosas hacen eco de otras cosas y al final del día uno termina mareado de tanto repetir lo mismo disfrazado de original. La TV nos ha ordenado la existencia en todos los órdenes de la vida y de la muerte, ¡el mundo es una fiesta! ¡Reír y comprar y broncearse en maquinitas, todo es posible!

Yo acostumbro hablar y reírme de estas cosas junto con mi padre, cuando ninguno de los dos tiene nada mejor que hacer. Bueno, más exactamente, el pobre no encuentra la manera de negarse a escuchar mis retahílas. Y mi padre, buen castellano y viejo leído, me repite a menudo aquello de que Salamanca no presta lo que natura no ha dado; él, claro, desde siempre me lo ha repetido con la buena intención de que su hijo estudie y no se quede imbécil por mera pereza; pero lo que mi padre no podría haber previsto es que hasta eso se iba a poner de moda: quedarse tonto, quiero decir, porque para qué coño sacarse lo tonto si sabiendo prácticamente nada es igualmente posible forrarse de dólares. Hoy ni siquiera se entendería el eslogan socrático de solo saber que no se sabe nada; y, en general, todo lo que podría aprenderse en clases de filosofía, acerca de Sócrates y su martirio por el pensamiento y la libertad y las disquisiciones sobre el deber moral y qué sé yo cuánta cosa más, son hoy simplemente pendejadas de viejos; hoy la juventud ya no escucharía ni seguiría a Sócrates; primero lo lapidarían por aburrido y segundo lo empalarían y tercero lo olvidarían al día siguiente... hasta que algún genio, claro, al tercer día, decidiera resucitarlo lanzando su imagen inmolada en jarras de café y gorras y camisetas y calcetines de color fucsia.

En este clima finisecular hay todo un escaparate de identidades disponibles, y no sabemos cómo ha sido posible pero hay una para cada quien, como si la moda, al mismo tiempo, fuera infinita y singular. ¡La moda es el reino de la diferencia! Con el vestido podemos expresar cabalmente quienes somos. Unos pocos minutos frente a los escaparates bastan para saber cuál identidad “ponerse”; y si usted se inclina a la incertidumbre o la indecisión pues prontísimo algún simpatiquísimo dependiente le asistirá en su elección. ¡Es el paraíso, damas y caballeros, pasen adelante, hay espacio para todos! ¡Y claro que sí, señora, se puede empezar tan temprano como lo desee, ya tenemos los modelos del próximo año para los recién nacidos! ¿Prevé que su nene vendrá dentro de dieciséis meses? No se preocupe, le haremos una oferta que no podrá rechazar, un plan a plazos para que vaya reservando los modelitos del 2002, ¡que dos años se pasan volando! Y acuérdese señora que recién salida de la sala de partos ya puede sentar a su hijito frente al televisor, ¡no le pasa nada, señora! Al contrario, no lo deje levantarse hasta que haya cumplido los veinticinco o veintiséis años, ¡no hay mejor manera para adecuar a su niño a la vida en el Siglo XXI, no lo deje en desventaja!

[2:19 p.m.]

20/8/09

09 de abril de 1999

LA HISTORIA DE QUIEN ESCRIBE ES CASI SIEMPRE LA HISTORIA DE SUS AMANTES. El diario siempre diferido de su cuerpo. Con cada gran amor conoce mejor el silencio y entonces quiere escribir más para decir menos, porque cada vez se da más claramente cuenta de que es menos lo importante. Pero cada vez necesita más palabras para decirlo.

Dos enamorados mirándose en silencio, ¿no es esa la única lógica del amor?

¿Y escribir acerca del amor? Se ha escrito casi todo, y siempre queda casi todo por decir.


[2:16 p.m.]

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16/8/09

13 de septiembre de 1999

NOS HACEN SEÑAS O GUIÑOS, son dedos anónimos que apuntan a parajes inaccesibles.

Al día de hoy, ser humanos ha sido creer que allí, en algún lugar, está lo señalado.

Tampoco yo sé lo que quiero decir cuando digo, por ejemplo, “amor”; y a veces hasta he caído en la exageración de decir “te amo”; y me lo han dicho de vuelta y supongo que así vivimos todos, unidos por esas membranas tan frágiles.

La historia de cada uno es el resultado de decisiones contingentes –como todas las decisiones– y significados espontáneos o emergentes y ninguno puede saber a cabalidad de qué está hablando el otro.

En los asuntos fundamentales las palabras siempre se quedan cortas.

Y esta misma palabra que yo he usado y uso todavía la han usado también las mujeres que han dicho amarme y la usan mis padres y mis amigos e incluso la usan los periodistas en la televisión y los abogados y los filósofos y los músicos, los poetas, ay, los poetas, es que es una barbaridad, aparece por doquier trescientas millones de veces al día como si todos supiéramos qué diablos significa o como si, de hecho, significara lo que quiere significar, es decir, como si fuera un hecho igualmente palmario para todos.

Y quizá todos sabemos lo que significa; y quizá ninguno tenga razón.

¿Nos entendemos, cuando hablamos de amor? Tal vez a un nivel elemental. Pero al instante las ruedas empiezan a girar de nuevo, son bufones que no se cansan de reír, de hacernos reír para reírse de nosotros.

¿Qué quiere decir “entenderse” y qué quiere decir “elemental”? ¿Qué quiere decir “querer decir”?

Esas son solo palabras y las palabras son aire.

Cuando se acaba la paciencia solo una pregunta sigue siendo importante: ¿hace falta entenderse para poder convivir? ¿Hace falta saber, por ejemplo, la verdad del otro?

Si en amar hay algún heroísmo, planteo que radica en amar a quienes no podremos nunca comprender del todo.

A veces me he inclinado hacia otro como una flor suavemente soplada por el viento.

¿Y no es esto, también, decir demasiado?

Siempre hablo demasiado...

Y escribo... Ella me acariciaba los brazos con sus pantorrillas... Ella me miraba los labios y esperaba estoicamente a que me callara y le abriera el cuerpo con mi cuerpo.

Pero mi enfermedad histórica –mi ego solar– es no saber callar. Y ahora sé –pero es tarde, tan tarde– que eso adelanta mi muerte...

La sinfonía se descompone sin haber siquiera terminado el borrador... Yo mismo la arruino: digo amor y la traiciono, escribo amor y me traiciono... Pero si no escribiera, cómo diría los gemidos singulares, irrepetibles, las miradas de reojo en medio de los amigos, que no sospechan nada, que nos creen mutuamente asépticos, y luego tantas intuiciones súbitas ante el sol enorme que se funde con el mar…

Me abismo en palabras ajenas y prescindibles –hablo, es cierto, demasiado, pero también la escucho, siempre la escucho y finjo que estamos solos– y corro el riesgo de perder la sanidad.

El calor sosegado de los otros.

¿Podrá ser este riesgo también la silueta de otro amor posible? Esta posibilidad me sostiene en el abrigo de esta cueva.


[2:05 p.m.]

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10/8/09

06 de mayo de 1999

ESCRIBO PORQUE NO ESTÁ AQUÍ.

La imposibilidad de sostener la ternura.


[12:27 p.m.]

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3/8/09

13 de diciembre de 1999

SENTADO, inmóvil, fumo y miro llover.

Dejo que la noche pase sin mí, frente a mí, ahí. Mi pensamiento intenta copiar el azar de las gotas, el compás del viento y la estrechez del frío.

Convierto la noche en mujer y la adoro aunque no quiera ser adorada.

Pero las copias siempre son imperfectas. O mejor dicho: son imperfectas porque, en rigor, no son copias. En la duplicación siempre hay alguna diferencia.

La lluvia es apenas un baile de minúsculas gotas que flotan en el aire.

Decido que dormiré al amanecer. Simplemente porque no quiero padecer de nuevo los ruidos cotidianos: los niños apurándose a ser grandes, los vendedores implorando lástimas, los profesores tiranizando para ocultar sus fracasos; y el tiempo, tan poco tiempo, la edad, el mundo, extrayendo de mí lo mejor de mis años para venderme un puesto, una oficina, un salario, una reputación, una muerte a plazos, señor, con garantía de por vida.

[12:26 p.m.]

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